Hace unos días hubo una situación en la oficina. Yo no lo llamaría un despido, más bien un conflicto de intereses entre la subdirectora de arte y la empresa. Ya desde noviembre del año pasado, Mireya sospechaba que se querían deshacer de ella y yo no le creí, pero cada evento que fue ocurriendo a partir de ahí me hizo pensar que era verdad, y que en cualquier momento le darían aire. Pasó el tiempo y un martes cualquiera la hicieron venir —pues ella no cumplía un horario como todos los demás— a firmar un contrato en el que se comprometía a venir todos los días, de 10 am a 6 pm, y en el que renunciaba a los derechos de todo lo que diseñara en ese horario. Obviamente, nadie más estuvo presente en esa reunión, por lo que no sabemos a ciencia cierta qué pasó, pero el resultado fue obvio: Mireya abandonó la nave, junto con su compinche (o copiloto, según lo vean) Efrén. Hoy hago memoria y recuerdo haber llegado a este empleo gracias a ellos dos, por lo que lamento que las cosas hayan acabado así, pero también sé que todos los que laboramos por honorarios aquí no estamos haciendo antigüedad y tampoco somos parte del plan a largo plazo del patrón, así que sólo es cuestión de tiempo para que terminemos saliendo. Lo único que podemos hacer mientras eso pasa es trabajar, hacer bien las cosas y disfrutar el tiempo juntos. Y pues que les vaya bien a los caídos en combate.
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